viernes, 2 de diciembre de 2011

Filosofía con efectos secundarios


Si algo le ha gustado al ser humano desde sus inicios es clasificar, colocar etiquetas a las cosas y a las personas. Puestos a encasillarnos, me incluiré en el grupo de aquellos que considera que la filosofía o es práctica (= ética) o no es tal. Esto no significa que otros aspectos de la filosofía sean vanos, innecesarios o, peor aún, estén superados, más bien al contrario: son la base para construir un estilo de vida conforme a razón.

La preocupación por las cuestiones filosóficas, esto es, por el cómo y el por qué vivir sabia y adecuadamente, nunca ha atraído a las multitudes, y menos aún en nuestros tiempos, en que nos han querido debilitar el pensamiento sin ofrecernos a cambio más que el ansia de vivir para consumir, la sed de lo efímero. Se hace necesario, por tanto, reivindicar el puesto que merece la reflexión filosófica. De los planes de estudio aún no ha desaparecido, pero nuestros alumnos reciben por lo general un mero barniz filosófico... que no hacen sino repetir en el momento de rendir cuentas a la hora del examen. Se memoriza pero no se interioriza, de ahí que el conocimiento del estoicismo vaya a la misma saca que la información sobre el número de puentes del año académico en curso.

Para cubrir los huecos que, con este panorama, no puede cubrir la filosofía están los libros de autoayuda, que copan las librerías. Es ése un término engañoso, ya que por lo general esos textos prestan poca ayuda y desde luego no en modo auto-, pues sus autores imponen al lector una manera de hacer o de pensar para alcanzar la meta prometida, so pena de volver éste a la situación anterior a la compra del tocho en cuestión... con unos cuantos euros de menos en el bolsillo.
El libro que nos ocupa está a medio camino entre la filosofía y la autoayuda. La idea de presentar brevemente a un tipo de lector no iniciado en la filosofía clásica la vida y el pensamiento de alguno de sus representantes más o menos conocidos no está mal, y se ha intentado llevar a la práctica en otras ocasiones. En este caso, es el desarrollo lo que falla. El autor, a pesar de haber colgado los hábitos de pastor anglicano que una vez vistió, no renuncia a dedicar una buena parte de cada capítulo al adoctrinamiento, a modo de prédica con no poca moralina y bastante tendenciosidad. Esto es lo que impide a estas páginas ser una suerte de introducción o al menos disertación válida sobre una parte del pensamiento clásico y lo que las hace militar en las filas de la autoayuda. Aun así, no es un libro que deba desecharse por completo.
Popularizar la filosofía, en este caso la clásica, es algo digno de elogio. Hay mucho material muy válido en muchos de los autores que se sucedieron desde los presocráticos hasta Boecio, por poner unos límites generalmente aceptados. Muy a menudo los manuales, por no hablar de las monografías o ensayos sobre autores o escuelas concretos, son inaccesibles al gran público no porque escaseen o sean costosos, sino porque están escritos en un modo y con una finalidad que asustan al lector común –que nadie se sienta ofendido por ello, puesto que cada uno elige en qué especializarse–. Así que cualquier esfuerzo de divulgación será siempre bien acogido, y es esto precisamente lo que da valor al presente libro.
El público no especializado agradecerá saber que, aparte de Sócrates, Platón y Aristóteles, existieron Pirrón de Elis, Aristipo, Onesícrito, Cleantes, Menipo, y así hasta llegar a veinte. El criterio de selección es más que discutible: las informaciones sobre la filosofía romana son escasísimas, y nulas las referencias a la filosofía patrística de los primeros siglos; quizá nuestro autor, en su políticamente correcta inquina hacia lo cristiano, pretende que ignoremos que también fueron filósofos Justino de Nablús, Clemente de Alejandría o Agustín de Hipona. Él no los desconoce, y usa a alguno de ellos para contraponer la luz y la grandeza de la filosofía a la oscuridad y finitud del pensamiento cristiano. El capítulo dedicado a la mártir pagana Hipatia es una muestra de ello. Repite los mismos tópicos y medias verdades que hubieron de sufrir los espectadores de una película española sobre la susodicha estrenada hace un par de años. Recuerdo haberme unido al aproximadamente 70% de los que se echaron una cabezadita mientras la proyectaban en una conocida sala de cine madrileña; esta vez me he aguantado, porque me interesaba la opinión de un cristiano agnóstico sobre los conflictos entre paganismo y cristianismo en la Alejandría del s. V: me fue mejor en el cine.
Considerando que no todo libro es bueno pero sí útil para iniciar una reflexión –por vía positiva o negativa–, no desaconsejo la lectura de estos podcasts –algunos también disponibles en vídeo–, siempre y cuando se lean, como todo, con ánimo crítico. Con idéntica actitud debería leerse la Historia de la filosofía griega en dos volúmenes –"Los presocráticos" y "De Sócrates en adelante"– de Luciano Di Crescenzo, máximo representante de estos intentos fallidos de popularizar la filosofía clásica, ya que una cosa es hacerla accesible y otra bien distinta ridiculizarla hasta el punto de banalizarla y convertirla en objeto de chanza.
Aunque, insisto, no es ésta una lectura del todo estéril, al lego realmente interesado en la filosofía clásica le recomendaría, por ejemplo, ¿Qué es la filosofía antigua?, de Pierre Hadot: por muy poco dinero, conocerá lo que realmente supuso este período fundamental de la historia del pensamiento occidental.

MARK VERNON: LOS PODCASTS DE PLATÓN: GUÍA DE LOS ANTIGUOS PARA LOS MODERNOS. Alianza Editorial (Madrid), 2011, 237 páginas.
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